Hace varios años estuve en un viaje organizado por toda
Italia con mi pareja. El día que pasamos en Roma tuvimos como guía a un
italiano que hablaba perfectamente el español y, además, con acento sudamericano.
Era una persona muy agradable y tenía muy claro cual era su trabajo y cómo
impresionarnos con sus explicaciones. En un momento dado nos dijo que
guardáramos un ¡oh! de admiración cuando dobláramos la siguiente esquina. La
Fontana di Trevi ¡Oh! de admiración al canto de todo el grupo. Pasados unos
cuarenta minutos, nos exigió que sacáramos otra exclamación al pasar una calle
y llegar a una plaza. Inmenso ¡oh! nos salió a los cincuenta turistas. El
Partenón de Agripina allí presente. Y así tuvimos que dejar por toda Roma
tantos oes como nos indicaba nuestro apreciado guía. Esta escena se me vino a
la cabeza nada más posarnos en la entrada de la casa Ronald McDonald. Tenía la
impresión que, sin que lo pidiera Cecilia, íbamos a dejar nuestros ¡oh! Por cada
rincón de la misma.
Cecilia fue nuestra guía en la maravillosa visita a la
Fundación. No dejó de sonreír en ningún momento y seguro que llevaba unas
cuantas (muchas) horas en el trabajo. Pensé que si esta es la sonrisa que se
deben encontrar las familias en su entrada, seguramente una gran parte del
estrés por el movimiento que va a haber en sus vidas, decaerá fantásticamente.
Ella nos expuso el funcionamiento de la casa y lo que mejor y más claro se me
pudo introducir en mi cabeza, es que no es un centro asistencial. Pues
perfecto. Las familias y los niños que son tratados en el hospital deben de
saber que esta casa sólo sirve para cubrir la necesidad de acortar la distancia
y favorecer la estancia. Son familias que tienen sus casas alejadas del hospital
y que no tienen oportunidad de poder alojarse en otro lugar tan adecuado como
es este. También resaltó que no es un hotel, que las familias deben de tener la
misma rutina de trabajo doméstico que en su casa. Deben de hacer la compra,
limpiar su habitación, etc. Esto es así para que el niño que tenga que recibir
tratamiento, sólo conciba como un agente extraño el ir y venir al hospital. Por
lo demás, que perciba que nada cambia. Por todo esto el lema de la casa es “Un hogar fuera del hogar”. No hay mejor manera de entenderlo.
¡Oh! En el momento de entrar; otro ¡oh! coral en la zona
común; ¡oh! En la habitación de juegos; otro… y otro… Estas exclamaciones no
eran sonoras y guiadas como los que viví hace cinco años en Italia. Eran
visuales y totalmente espontáneas, las vi y las noté. Sentí cómo todos mis
compañeros tenían esos ojos exclamativos y seguro que soltaban esos ¡oh! También
sentí que Cecilia lo sabía y nos miraba y seguro que pensaba, vuestras
exclamaciones nos hace sentir que estamos por el buen camino. Pues sí, cada vez
que veíamos la alegría, luminosidad y limpieza de las habitaciones que nos
enseñaba, nos mirábamos con complicidad y nos dedicábamos a gesticular con las
muecas que demuestran la satisfacción que desprendíamos por aquella visita. Hasta
comentamos que habíamos acertado de pleno al querer colaborar con esta
Fundación. Otro ¡oh!... y Cecilia hasta nos enseña el cuarto de lavadoras, pues
otro…
Por mucha admiración que derrocháramos, debemos recordar
cuál es el único motivo por el cual esta casa existe. Es una necesidad que lo
que quiere cubrir es que, ya que el niño debe de ser tratado en el hospital,
por lo menos el grado de tensión y nerviosismo por la estancia no exista. Y
seguro que la recuperación es más llevadera. Esta casa no debería de existir.
Las enfermedades infantiles no deberían existir. Pero existen. Por mucho que
empáticamente quiera adentrarme en esas familias, me es imposible. No puedo
llegar a saber qué es lo que piensan en este momento, pero lo que sí tengo
seguro es que en esta casa y la inmejorable ayuda que le brindan, harán que esa
ansiedad que les suscita, no ya la maldita enfermedad, si no esos problemas
adicionales, la puedan transformar en cariño y comprensión hacia el niño, que
es lo verdaderamente importante. Lo único. Recapacité todo esto observando a
una de las familias que estaban en la zona común.
¿Qué pasó con nuestras exclamaciones? Imaginaros el
resultado de la multiplicación de nuestros ¡oh! por cada habitación enseñada.
Un gran saco seguro que habían desperdigados por todo el recinto. Cecilia no se
fue a casa cuando terminó la visita. Nos despidió después de las fotos con su
sempiterna sonrisa y así se fue a recolectar todas nuestras exclamaciones
habitación por habitación. Se dio cuenta que hasta en los pasillos y murales
habían. Y como no pesan casi nada y no manchan, también las recogió. Cuando
estuvo totalmente segura de que no quedaban ninguna, las posó sobre la mesa y
pensó que sería bonito coleccionar todas las exclamaciones que puedan recibir y
pensar en ellas cada vez que puedan venir malos tiempos y así seguir luchando
por este prodigioso proyecto, mantenerlo y mejorarlo en la medida de lo posible.
Pensó que las catalogaría por visitas recibidas y que todas serán un apoyo
perenne. Una a una las miró y alargó más su sonrisa. Y esto fue lo que me
hubiera gustado que hubiera pasado nada más salir de la casa, esto fue lo que
me imaginé mientras nos alejábamos de la Fundación. Pensé que sería maravilloso
que la Casa Ronald McDonald y Cecilia se convirtieran en coleccionistas de
exclamaciones.
Rubén González.
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