Parte de la Hacienda Colichet. |
No puedo ser exacto ni certero, pero creo que más o menos
cuatro o cinco días antes empecé a preparar mis sentimientos y mi cuerpo para
poder acercarme este día a la Hacienda Colichet. Ninguna de las visitas que realizo
con las Agentes Dinamizadores la catalogaría como “una visita más”, pero esta
precisamente, menos aun. En esos cuatro o cinco días que duró mi preparación,
tuve que poner a punto mi armadura y escudo; dejarla reluciente y reforzarla.
Cada vez que se acercaba el día, menos seguro me sentía de mí, así que la
rehabilitación de mi armadura debía de ser mayor y mejor. La burbuja que estaba
creando no era si no para que mi realidad no emergiera y se mezclara con la de
la Hacienda Colichet. Estoy asentado a mi realidad y a nadie le gusta que se la
trastoque, cambie o desfigure. Esa es la sensación que tenía en esos días que guardaba
armas: pase lo que pase, mi realidad es mía.
ADN explicando el por qué de la visita. |
Así fue como llegó el día. Al acercarme con el coche, no
ayudó su ubicación. Una Hacienda en medio de un descampado, que para
encontrarlo casi me pierdo, si no llega a ser por la ayuda de un amigo no la
encuentro… maldito amigo, pensé en ese momento. Este amigo me acercó hasta la
misma puerta, pues era el ADN encargado de realizar el taller de reciclaje. Se
abre, la puerta digo.
Me di cuenta en el momento que la puerta se abrió
completamente que no era un escudo lo que construí, si no una barrera; una
estúpida barrera que estaba hecha de arenisca y creíame que la hice de
hormigón. La claridad que emanaba de la puerta no era de los ventanales. Eran
de los ojos y las sonrisas de los allí presentes y esto fue lo que destruyó por
completo la miserable barrera. Toda la energía que estaba recibiendo se me
representó en un par de besos que me encasquetó una usuaria de la asociación.
El vello se me erizó y sólo pude agradecer a mi amigo, a la puerta, a las
sonrisas y a los ojos haber entrado en la Hacienda. Me sentí imbécil por haber
desaprovechado esos cuatro o cinco días en intentar construir una barrera
defensiva. Debía de haberlos aprovechado para prepararme positivamente y no
empezar la visita con esa negatividad y aprensión. Me solté y, como mis
compañeros, estaba dispuesto a conocer a la Asociación sin tapujos ni vendas.
ADN impartiendo el taller de reciclaje. |
Mientras Pepe Suvires realizó otro magistral taller de
reciclaje con los usuarios de la Hacienda, por falta de tiempo, Carmen Gómez,
Víctor Fernández y yo mismo estuvimos dando un paseo con Joseba, que es el
monitor socio – cultural de la asociación por los jardines y dependencias de la
Casa. Nos empezó explicando que esta Asociación, en parte está financiada por
Cáritas y en parte por fondos públicos, donde como máximo, pueden atender a
trece personas. Mientras nos hablaba, sólo podía pensar en el positivismo casi
extremo que desprendía: tanto por la forma de hablar como de gesticular. Nos
estuvo comentando cómo y por qué llegan los usuarios a la asociación; son
enviados desde la sanidad pública o directamente recogidos de la calle en un
estado bastante deplorable. ¿Cómo se puede llegar a esta situación? ¿Cómo es
posible que se puedan tratar a personas así? Y no me puedo imaginar el estado
de entrada, puesto que los veo felices, con buena cara, aseados y animosos.
Creo a Joseba y cada vez estoy más receptivo. También nos cuenta las
actividades diarias que realizan y, la verdad, es un no parar. Eso nos lo
explica muy bien. Son personas que deben de estar en constante movimiento para
que no decaigan en su ánimo y se acuerden lo menos posible el por qué de su
estancia allí. También intentan salir lo más posible a la calle, al teatro, al
cine o al bar de al lado a tomarse algo sin los monitores, para que se sientan
que no están atrapados. Lamentablemente son personas poco visitadas, bueno,
nada visitadas y esto es lo que pueden llevar peor. Por eso nos hace un
llamamiento. A saber. Se necesitan voluntarios para hacer compañía, para dar
paseos y para ayudar a mover las sillas de ruedas y poco más. Todas las demás
tareas están cubiertas por personal laboral, pero sí que se necesitan
voluntarios para la compañía. Nos hace saber, que ha habido casos, que con el
tiempo se hacen amigos. En ese momento nos interrumpe la besadora – que besó a
todos, no fui el único, pero sí el primero – con la bolsa de papel que había
hecho en el taller de reciclaje, con esa satisfacción de haber hecho un buen
trabajo. (Por cierto, este taller donde se realizaban bolsas de papel fue una
primicia. Seguro que lo integran en los demás talleres.) Joseba nos mira y nos
dice, ¿lo veis? De esto se trata, de hacer que estas personas estén lo mejor
atendidas posibles y sean lo mayormente felices que humanamente podamos. Ya me
siento entregado totalmente y observo a mis compañeros y creo que también lo
están. Pienso en que no debería de existir estas Asociaciones porque tratan a
personas con enfermedades en fase terminal, sólo por eso. Pero sí que
agradezco, ya que las enfermedades existen, enormemente su existencia. (sic)
Joseba y ADN´s en un momento de la charla |
Al terminar la charla, pasamos otra vez a la sala donde se
ha realizado el taller. Vemos que cada uno tiene su bolsa de papel y lo único
que les interesa es hacérnoslo ver. Lo bien que se lo han pasado y lo que han
podido aprender. Termina la visita y salimos a la calle. Observo otra vez la
Hacienda y la veo totalmente cambiada de cómo la vi hora y media antes. Qué
claridad, blancura y esperanza desprende. Otra vez tuve esa sensación de
idiotismo. Fue una hora y media que me hizo mucho recapacitar. A la vuelta a
casa me puse a pensar que o no sería capaz de trabajar con esas personas; pensé
en el grado de admiración que tengo con las personas que allí trabajan. Estas
sí que son personas necesarias, tanto lo son porque, por ejemplo yo no soy
capaz de hacer lo que ellos. Siempre tendrán mi admiración estas asociaciones y
personas. Siempre. También pensaba en cómo somos capaces de disociar la
realidad. Cómo podemos, sin esfuerzo, apartar un trozo de nuestra realidad, la
que sea más molesta. Pues no, no es así. Esta es la misma realidad para todos,
queramos o no. La realidad es la misma, lo único que forzamos es la forma de
mirarla, de observarla. Nos gusta verla desde lejos, a través del televisor,
porque sabemos que en pocos momentos nos bombardearán con cualquier chorrada
con la que nos captan la atención y desusaremos lo importante, olvidaremos esa
mala conciencia que nos deja y ese regusto amargo; nos quedaremos con las
pamplinas y lo chabacano porque no molesta y, además, hasta hay gente que le
divierte. No, eso es un teatro que nos venden. La realidad también está incrustada
en la Hacienda Colichet y las personas admiradas y admirables que allí
trabajan.
Rubén González.
ADN´s con usuarios de la Hacienda Colichet y el resultado del taller de reciclaje. |
Jardines de la Hacienda. |